Los
hispanistas rumanos
Autor: Leandro
Arellano
La Jornada
Semanal, México, Domingo 23 de mayo
de 2010 Num: 794
En nuestra etapa rumana dos canales de televisión exhibían telenovelas
ininterrumpidamente: argentinas, australianas, americanas, brasileñas,
colombianas, venezolanas y, la mayoría, mexicanas. El que fuesen presentadas
con subtítulos daba a miles de personas, además de pasatiempo –la dictadura
había acabado pero no las condiciones difíciles–, ocasión para algo más que
adentrarse en nuestro idioma. Fue admirable ir descubriendo la cantidad de
rumanos que aprendía español con sólo seguir esos programas de televisión.
A la par de su
habilidad para aprender otras lenguas, los rumanos se muestran ufanos del
origen latino de su idioma. Ovidio es la referencia literaria y lingüística por
antonomasia de su prodigioso pasado. Mas no para allí la cosa, dado que su
curiosidad se desborda en muchas direcciones, entre las que destacan, desde
luego, la cultura y el arte.
Muy fresco nuestro
arribo aún establecimos relaciones con los hispanistas de Bucarest. Aquel grupo
se había formado profesionalmente durante el auge del boom latinoamericano
y ha traducido lo mejor de la obra de los narradores hispanoamericanos. En
nuestra época exploraban entre los autores jóvenes –el postboom, lo
llamaban ellos– sin olvidar a otros creadores destacados.
En pocas semanas
organizamos un ciclo de conferencias sobre escritores latinoamericanos en La
Casa de América Latina, donde nos correspondió presentar una semblanza de
Alfonso Reyes. Nos honró con sus comentarios Andrei Ionescu, un ilustre
catedrático de la Universidad de Bucarest quien, por su físico y su palabra
relampagueante y certera, de algún modo me evocaba a Martí. Nadie pensaría que
no es español si lo escucha hablar en cualquier rumbo de Sevilla, Burgos o San
Sebastián. Andrei es el traductor de Rulfo, Paz, Borges y otros clásicos de nuestra
lengua.
A Coman Lupu
–afable, agudo y escrupuloso– lo conocimos también a poco de nuestro arribo. En
aquel momento era jefe del Departamento de Español de la Universidad de
Bucarest y preceptor de docenas de estudiantes interesados en las letras hispanoamericanas.
Su mirada miope ocultaba el hervor de proyectos que bullían en su cabeza y que
se desplegaban más allá de él mismo. Y no podía ser menos si en una mesa
redonda Andrea, su sabia mujer, deslumbró a un auditorio abarrotado con una
penetrante exposición de literatura comparada.
Andando los días
recibimos, junto con la invitación de la Editorial RAO, el programa
impreso de la presentación de las memorias de García Márquez. En la lista de
oradores figuraba nuestro nombre en primer sitio. La traductora del libro era
Tudora Sandru, una mujer brillantísima y distinguida con quien habíamos
conversado ya un par de veces en encuentros sociales. Desde que la conocimos
habíamos retenido en la memoria que era ella la traductora de Rayuela, Yo,
el supremo y otros libros decisivos de nuestra narrativa. El
lanzamiento de Vivir para contarla tuvo gran resonancia en los
medios del país. A partir de ese día nos reunimos a menudo con ella y Leonard,
su marido, quien nos sorprendía una y otra vez con lúcidos comentarios sobre
pintura.
Bastó luego mirar
la sonrisa agraciada y la mirada apacible de Cornelia Radulescu para comprender
por qué era ella la traductora de La llama doble. Con el cigarrillo
permanente entre los labios o los dedos, una noche cuando los agasajamos con
una cena mexicana hizo, al paso, un comentario patético. Dijo que durante el
régimen de Ceausescu no habían tenido –se refería a su generación– otro
pasatiempo que no fuera leer.
Y como el mar,
Iliana Scipione nos salía al encuentro por todas partes. No recuerdo por qué
motivo la conocimos. Además de la docencia trabajaba como intérprete en el
Instituto Cervantes y recién había publicado un útil diccionario
español-rumano-español. A nuestra salida de Bucarest se afanaba en una nueva
traducción de Pedro Páramo, para celebrar el medio siglo de su
publicación. Por esa fechas apareció, en la Editorial Pelerin, la Antología
Poética de Hugo Gutiérrez Vega, traducida por Elena Liliana Popescu.
En otra ocasión
recibimos una llamada de la Editorial Curtea-Veche para anunciarnos la
inminente publicación de dos novelas de Carlos Fuentes, a quien deseaban
convidar a Bucarest. A fin de cuentas Fuentes no pudo participar, pero el poeta
Jorge Valdés Díaz-Vélez viajó desde Madrid para acompañarnos en la
presentación. El traductor de La silla del águila resultó ser
el más joven del grupo de hispanistas. Culto y perspicaz, Horia Barna no se
daba abasto para atender aquella mañana la conversación, el celular y el
cigarrillo que continuamente le quemaba los dedos.
Bien que se ocupaba
en tareas distintas por aquellos días Angela Martin, entonces vicepresidenta
del Instituto Cultural Rumano, participaba con nosotros en distintas
actividades. La convivencia y las circunstancias incluyen en este repaso a
Livia Szász, de la Editorial Curtea Veche y Ovidio Enculescu, director de la
Editorial RAO.
Sabíamos de la
existencia de otros grupos que traducían del francés, del inglés, del alemán,
del ruso, etcétera, pero la comunidad de intereses y el afecto hacía de los
hispanistas un grupo extraordinario. Varios entre ellos no habían pisado jamás
tierra hispanoamericana ni española, alguno ni siquiera había salido de su
país.
Para todos ellos,
estudiosos de nuestra cultura y nuestras letras, la cátedra y la traducción
literaria son su modus vivendi. Grandioso ejemplo: no sólo no
competían sino que se acompañaban y protegían.
Cultos, enormes,
animosos, padecieron todos ellos la dictadura. Sonrientes, ávidos de novedades
de nuestra literatura, parecía que evitaban recordar aquel pasado infausto.
Sabían que la cultura es otra forma de la felicidad.
Esa cultura, como
ha escrito Claudio Magris, no es únicamente una cualidad personal, sino que
refleja el nivel de la clase intelectual rumana, la seriedad de su preparación,
la amplitud de sus intereses y de sus conocimientos, el rigor y la apertura de
su inteligencia.
Con el vino de
Galati, la luna llena de los Cárpatos, dos que tres ciudades, los caprichos del
Danubio y ciertos poetas, ellos encarnan el caudal mayor que rescatamos de
Rumania.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2010/05/23/sem-leandro.html